La protección

 ante el riesgo de exposición a las sustancias tóxicas es, para el organismo de cualquier persona, la mejor garantía para su salud. Pero lo es mucho más en el caso de bebes, niñas y niños por su inmadurez y sensibilidad anatómica, al no haber desarrollado suficientemente los sistemas de  eliminación de tóxicos en sus órganos. Las vías de entrada de esas sustancias en sus cuerpos son por inhalación, ingestión y absorción. Si tenemos en cuenta que en el mercado europeo hay, al menos, 140.000 sustancias de origen sintético presentes en millones de artículos que usamos o consumimos diariamente, podremos hacernos una idea del riesgo para la salud que afrontan las criaturas. Es obvio que no todas esas sustancias son perniciosas, y que muchas de ellas son imprescindibles para la salud personal y colectiva.

Lo preocupante es el uso desmesurado e innecesario de muchas de ellas (de efectos perjudiciales científicamente documentados) en artículos de toda naturaleza solo por razones económicas y comerciales. Si miramos cualquier etiqueta de cualquier producto veremos que junto a la materia prima básica que se nos ofrece le acompañan otros muchos componentes, cada uno de ellos con sus riesgos específicos para la salud y, en la mayoría de los casos innecesarios para los consumidores y usuarios, y en la inmensa mayoría de los casos perjudiciales para bebés, niños y niñas. La protección de su salud recae en los adultos porque ellos no son conscientes del riesgo de chupar, tocar o respirar todo lo que está a su alcance y tenemos que cuidar lo que ingieren, respira o entra en contacto con su piel. Sus alimentos, su entorno, juguetes y ropas deben estar exentos de sustancias peligrosas y elaboradas con productos ecológicos en su integridad para reducir a la mínima expresión la carga tóxica de sus órganos.

La ecología es vida.