El año 2019 marcó un antes y un después del mundo, tal y como lo conocíamos. Un virus aterró a la Humanidad y tambaleó las estructuras internacionales y nacionales, políticas, económicas y sanitarias.

Sus consecuencias no han hecho nada más que empezar y bajo sus efectos mediáticos han quedado tapadas otras pandemias: el cáncer sin ir más lejos.

Y aunque ya sabemos, por la RAE, que la muerte por cáncer no puede calificarse de pandemia, su definición no deja de encajar como anillo al dedo: “Enfermedad epidémica que se extiende a muchos países o que ataca a casi todos los individuos de una localidad o región”.

Los datos son demoledores: las Unión Europea (solo la UE) ha pasado de los 2 millones de cánceres, a mediados de los noventa, a los más de 3,1 millones en la actualidad. El crecimiento es exponencial. Conocemos muchísimas más personas afectadas por cáncer que por COVID.

La dimensión del problema es de tal magnitud que la propia Comisión de la UE lanzó la iniciativa “Código Europeo Contra el Cáncer ”, para asesorar a los ciudadanos sobre lo que pueden hacer por ellos o por sus familiares para reducir el riesgo de padecerlo.

Pero lo que es más grave es que en palabras del Instituto Nacional del Cáncer, en su página oficial: “Es posible evitar algunas de las exposiciones que causan cáncer, como el humo de tabaco y los rayos solares, pero otras son más difíciles de evitar, especialmente si se encuentran en el aire que respiramos, el agua que bebemos, los alimentos que comemos o los materiales que usamos para realizar nuestros trabajos”.

Y para que no halla dudas enumera algunas de esas sustancias: aceites minerales sin tratamiento o ligeramente tratadas, alquitrán y residuo de hulla, arsėnico, asbesto, benceno, benzidina, berilio, 1,3 butadieno, cadmio, cloruro de vinilo, compuestos de cromo hexavalente, compuestos de niquel, formaldehído, óxido de etileno, humo de tabaco, tricloroetileno y muchísimas otras sustancias que omitimos para no abrumar.

Estas sustancias y productos (y otros muchos que forman parte de nuestra vida cotidiana) se utilizan en industrias, fundiciones, pavimentos, pesticidas, tratamientos médicos, alimentos, cigarrillos, muebles, alfombras, colas de pegar, adhesivos, productos de limpieza, aleaciones, cerámica, caucho sintético, resinas, plásticos, fungicidas, germicidas y un etcétera tan largo como el anterior. En una palabra, las sustancias cancerígenas están por todos los lados.

No puede ser de otra manera cuando existen 140.000 sustancias químicas y 30.000.000 millones de mezclas repartidas por todo el mundo y casi todo lo que nos rodea, nutre o respiramos.

Y SIN EMBARGO HAY MOTIVOS PARA LA ESPERANZA. Si el cáncer nos preocupara solo la mitad de lo que nos obsesiona el COVID es obvio que estaríamos en vías colectivas de acercarnos a su solución, pero mientras ese momento llega, que llegará, hay margen para la adopción de soluciones personales.

Hay que reducir lo más posible el consumo de productos industriales de todo tipo (comidas, bebidas, textiles, muebles, ménage, etc.) reduciendo el contacto, ingesta e inhalación de los cancerígenos que nos rodean.

Soluciones naturales, saludables y ecológicas existen para casi todo. Algunas puedes encontrarlas en esta página y las que no encuentres nos las puedes preguntar directamente en Instagram o en nuestra página web porque si LA INFORMACIÓN ES PODER, LA ECOLOGÍA ES VIDA.