Si es cierta la frase, atribuida erróneamente a Hipócrates (el verdadero autor parece que fue el filósofo alemán Ludwig Feuerbach, en su libro «Enseñanza de la alimentación» ) de que “somos lo que comemos”, parece obvio que alguna consecuencia tendrá sobre nuestra salud lo que comen los animales y, aún más, la forma en que les tratamos hasta que llegan a la mesa.

Quien aspire a comer buena carne más vale que se asegure de su procedencia y/o certificación.Según la FAO, de los 3. 000 animales que son sacrificados cada segundo para el consumo humano (excluyendo de esa cifra todas las especies de origen marino) la gran mayoría son alimentados con altas proporciones de piensos compuestos.

Especialmente en los países desarrollados en los que los piensos, además de cereales, pueden contener urea, desechos de la industria alimentaria, suero, gluten, harina de lombriz, restos vegetales y animales sin salida comercial, hormonas de crecimiento o antibióticos (España es el país europeo que más abusa de su uso).

La alimentación insana es solo una herramienta de la ganadería intensiva, pero existen otras en la búsqueda desesperada de la rentabilización de los animales: hacinamiento físico, modificación artificial de la luz, la temperatura, el suelo, el espacio, los circuitos de drenaje de los excrementos, la inseminación artificial, la multiplicidad de embarazos, etc.

O, llegado el caso, amputaciones premeditadas, como en el caso de los pollos a los que, para evitar el canibalismo se les corta el pico con una guillotina caliente. Pero al contrario de lo que se piensa, el material del que está hecho el pico de estas aves tiene millones de terminaciones nerviosas. Nada parecido a las uñas humanas. En el caso de las crías de cerdos la situación no es más halagüeña. A los lechones para evitar el canibalismo en las disputas por el espacio vital se les corta el rabo, las orejas y, llegado el caso se les arrancan los incisivos y se les capa. Son todos ellos animales sometidos a un estrés límite en todos sus órganos y cuyo objetivo final es que lleguen vivos y gordos al matadero. Y de ahí al plato.

El trazado, en cuanto a alimentación y trato, de las carnes que llegan a nuestra mesa, provenientes de la ganadería intensiva, es siempre el mismo ya sean pollos, cerdos, bueyes, terneras, patos o conejos.

Desde el punto de vista de la salud es además preciso tener claro que existe una relación muy estrecha entre la salud humana y la animal. No en vano, según la OMS, ocho de las enfermedades que más ponen en peligro la salud pública son de origen animal.

Así pues, si es es cierto lo de que somos lo que comemos, a lo mejor debemos de empezar a plantearnos qué es lo que debemos dejar de comer. Ahora, ya lo sabemos.

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