La pandemia, con sus consiguientes reclusiones, mayores o menores, ha generado la sensación personal y colectiva de la necesidad de recuperar el tiempo perdido e intensificar la vida al aire libre, para restablecer el equilibrio emocional-anímico y bioquímico que puede darnos el contacto con el mar, la tierra, el sol y el aire. 

El verano- especialmente con temperaturas elevadas, como las que se prevén este año- nos obliga a redoblar las precauciones de protección en un doble sentido: protegernos del sol y de muchas cremas solares. Para ello, es necesario saber que la piel es el órgano más grande del cuerpo humano, con una superficie casi equivalente a dos metros cuadrados y un peso de  hasta 10 kg aproximadamente,  actuando de barrera protectora frente el medio externo. Por eso mismo es tan importante tratar adecuadamente a la piel: una exposición solar excesiva generará problemas que pueden derivar en muy graves, pero el uso de sustancias indeseables sobre la piel no está exenta de menores riesgos porque a través de la piel se produce la absorción de esas sustancias  y su entrada y oclusión en el organismo humano. 

Muchas de las cremas solares de venta comercial masiva pueden cumplir con la condición de protección solar pero no es tan claro que cumplan con la de inocuidad para la piel y el cuerpo humano. Es más, muchas de esas cremas contienen complejas formulaciones y cócteles químicos de los que no siempre se informa adecuadamente al consumidor. En todo caso, al menos de manera preventiva, deberemos de recelar de cualquier crema que contenga benzofenona, polietilenglicol, parabenes, parafinas sintéticas o que hayan sido manipuladlas mediante nanotecnologia. En definitiva, se trata de establecer el equilibrio entre riesgo y prevención pero sabiendo que existen cremas alternativas ecológicas o naturales, con base en: espino amarillo, oliva, aloe vera, etc.,  que pueden permitirnos tomar el sol sin toxicidad química. Y es que, en MIAU no nos cansamos de repetir que ECOLOGIA ES VIDA.